armando esto

LOS QUE QUEDAMOS es una muestra colectiva propuesta por Enio Iommi donde los artistas participantes de ninguna manera representan a todos los posibles.
La Galería Jacques Martínez se siente incluída por considerarse ella misma de "las que quedaron" y pone entonces a disposición de esta muestra su sala de exposiciones y este blog para que en él cualquiera pueda expresar sus opiniones y transformarse en un participante más

Artistas participantes

Martin Blaszko, Jorge Demirjian, María Juana Heras Velasco, Enio Iommi, Eduardo Mac Entyre, Miguel Ocampo, Felipe Pino, Alejandro Puente, Dalila Puzzovio, Charlie Squirru y Clorindo Testa.

viernes, 14 de agosto de 2009

De María Rosa Comas (de La Pampa)

"Mi primer día de clase con Enio, nos recibió diciendo: "Yo les doy la libertad, ustedes hagan el arte".
Me enseñó a vivir y pensar en libertad"

María Rosa Comas.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Nota de Cecilia Perna en la Revista Digital Ruleta China

http://www.ruletachina.com/news/three/index.html


Cómo poner el cuerpo al tiempo


IOMMI, TESTA, DEMIRJIAN, OCAMPO, MAC ENTYRE, HERAS VELASCO, PUENTE, ESQUIRRU, PINO, BLASZKO Y PUZZOVIO: NUESTROS GRANDES ARTISTAS. ESTA EXPOSICIÓN, QUE FINALIZA EL 21 DE AGOSTO, REÚNE DOS OBRAS DE CADA UNO: LA PRIMERA, DE LOS '60; LA SEGUNDA, ACTUAL. DE TODAS, MUCHO PARA PENSAR, SENTIR, DECIR Y ESCRIBIR.


POR CECILIA PERNA
Era jueves, ya caía el sol y la calle estaba helada. Entré a la Galería Jacques Martínez aterida de frío. Pero los efectos de exponer el cuerpo ante una obra pueden ser milagrosamente transformadores. Cuando salí del local, después de hora y media de estar mirando, caminé por la Avenida de Mayo en una nube, con los sentidos locos, tibios y la certeza de haberme convertido en un cóctel perfecto de hormonas y neurotransmisores, que me llenaban de alegría y de ideas. Nada de frío. Estaba trasformada: por fin, me había dejado amar por una obra. No, qué digo, por una obra no, por veintidós. Veintidós obras de once artistas plásticos que llevan en su nombre la marca de una trayectoria.
Y no es poco decir “una trayectoria”. Porque la palabra trayectoria hace pensar en un camino en el tiempo: una especie de línea conducente, recta o parábola que sugiere una evolución, o hasta un ciclo vital… Sin embargo la muestra no me sugería nada de esto. Nada de la quietud del canon. Más bien, bajo una cuidada curaduría, se me habían presentado, multiplicadas por once, dos obras, dos títulos, dos fechas y un autor. Simplemente eso. No había el peso de un historial, sino la corriente fluida de un trabajo sólido y sin pausa. De punto a punto. Las fechas se alejaban entre sí y abrían una brecha de tiempo que era, como en las series de ciencia ficción, un espacio para meter el cuerpo. Meter el cuerpo entre dos obras, en la brecha temporal que dos obras generan y dejarse afectar por completo… hacer el pasaje, ver qué pasa –qué me pasa- y transmutarse. Entrar entre fecha y fecha -entre obra y obra- como entre dos polos de energía, sin sentir melancolía alguna por todo lo que falta en medio: porque no falta nada en medio. Todo lo que pasa, pasa allí, entre esos dos puntos y mi cuerpo, atravesado por la intensidad del cruce.
Aquí va el registro de efectos, de ideas, de sensaciones, once veces multiplicadas por dos. El orden de obras y artistas es el de su aparición ante mis ojos, porque cuando entré al espacio de la muestra, empecé a girar contra-reloj, como lo hubiera hecho en una pista de baile.
Jorge Demirjian
De carne somos (1965) – Óleo sobre tela Salónica (2004) – Óleo sobre tela
Si algo comparten las dos pinturas es la fuerza de la pincelada. Obvia y potente sobre el lienzo. Y también, la figura de un hombre. El primero, un amasijo de carne, apenas figurado. El rostro expresionismo puro: casi un grito sobre un puente, casi un Saturno devorador de hijos. Todo carne. Sin brazos, sin piernas, violentos muñones sobre un tronco apretujado a… ¿una silla? Al menos a un respaldo adivinado detrás de los hombros… nuestro amasijo de carne está innegablemente apoyado: una línea atraviesa el cuadro horizontal. Figura un cielo y una tierra. Divide el espacio en dos colores -blanco y negro- e inventa, en el trasfondo abstracto, la gravedad. Devuelve la gravedad al cuerpo, que sufre el dolor de su propia pesadumbre.
Salónica, en cambio, es la ciudad del viajero. Fácil de decir: poderoso retorno de la figuración. Pero allí, las figuras claras se vuelven misteriosas en el espacio indiviso. Salónica es un sueño: el viajero camina sobre nada, no podemos ver sus pies. Una luna asoma entre las columnas del arco. Una luna igual a la que trae el hombre en su morral. Todo es cielo allí. No importa que la tierra haya sido figurada. Los cuerpos recuperan ligereza. Hombre, luna y monumento flotan sobre un espacio inventado. Todo se conserva dentro de su forma, todos son menos abstractos y, sin embargo, han sido liberados, por fin, de cierta densidad que los hacía sufrir.

Juana Heras Velasco
Homenaje a Pettoruti: el improvisador (1950) – Yeso Muro blanco (2009) – Hierro

Empezar con un homenaje puede ser la piedra de toque de todos los deseos. El improvisador lo es: un arlequín con laúd, apretado en el espacio, una estatuita de yeso sin huecos, que trae solamente el color de la tierra. Con el rostro escondido detrás del antifaz, abraza la promesa de la música. La música: expansión en el espacio, una música improvisada, desertora de los moldes, de los modelos. Música modelada al tiempo de aparición, amoldada a la suerte.
Y al final de un salto intenso, entonces sí, el otro punto. El muro blanco. La escultura se abre: se descomprime en estructura de herraje que hace en el espacio algo propio de la música: lo abarca, lo viste, lo inunda igual que si fuera un sonido. La estatuita-homenaje cambia de intensidad, y termina deteniéndose en la lisura de un muro. Un muro blanco: un espacio otro que, como los blancos de Mallarmé, se abre a cierta misteriosa forma de dibujo: se abre a la escritura. Se queda en magia y, del arlequín, conserva aún los colores de un posible traje.

Miguel Ocampo
EF 6’ (1965) – Óleo sobre tela Perdiéndose en las esquinas (2008) – Óleo sobre tela
Entre estas dos obras hay 43 invisibles años. Invisibles, porque la vista salta de una a otra como lo haría entre las caras de dos hermanitos, sin percibir la diferencia de edad. Uno sabe que no son gemelas, que no nacieron a un tiempo, pero la distancia entre ellas es corta. No hay que hacer grandes piruetas en el aire para abarcarlas a ambas, basta con estirar la mano un poquito. Son dos abstracciones que -como toda abstracción- invitan a dar vueltas alrededor del nombre -Dios fue la primera abstracción que hizo eso-. De las dos, la mayor es la más fúlmine. Esta abstracción no desintegra… destruye. Tiene color de bosque seco, o de fuego de batalla. EF 6’ puede ser un pasaje: Efesios 6, la armadura de Dios, o bien, el nombre de un avión de combate. Fuego, consumición, infierno. Pero mustios en su gama de ocres. El apóstrofo al final del número nos da la idea del tiempo: 6 minutos… ¿para qué? Quizá simplemente para acabar con todo.
La desintegración, por su parte, pertenece a la abstracción más joven. Casi una recién nacida, trae el fondo rojo de todas las pasiones. Se alza oblicua en rectitud al centro pero, después, en una nubecita de color, se nos pierde sin querer en las esquinas, igual que las criaturas se extravían en los supermercados

Eduardo Mac Entyre
Pintura generativa variante de un tema sobre verde (1969) – Acrílico sobre tela Ritmos sobre rojo (2006) – Acrílico sobre tela

De aquí a allá, una cromología: con precisión en la línea, un logos del color. Esferas imperfectas se levantan de la tela, tridimensionales. Sobre verde: la no coincidencia en precisión total. Porque no coincidir también requiere del arte de la perfección: allí las líneas no se unen acabadamente y una red apretada de curvas abre en mitad del lienzo un área luminosa: un efecto reflector atraviesa la pintura. Spot light transversal que hace su entrada desde afuera del marco, para señala el ombligo del cuadro, del mundo.
Sobre rojo también todo confluye a un centro. Un centro que está desubicado, un poco fuera de eje, un poco adivinado. Las líneas reaparecen de los bordes, como pentagramas vacíos. Las esferas, tironeadas por los polos, son de opacidad pura. No dejan ver bien el trasfondo de la cosa. Casi un lente empañado, casi un arrebato a la tercera dimensión.

Clorindo Testa
El Pajarero (1951) – Óleo sobre tela Dibujo (2009) – Acrílico sobre papel

De la figuración a la abstracción, sosteniéndose en la intensidad de los barrotes. En ambas, la violencia de la rasgadura, sobre la tela o el papel, la marca en la fuerza de pintar apretando, y también la caricia húmeda de aguar, o de dejar huecos blancos que respiran: efecto avejentado o distraído, o bien, violencia imborrable de las cicatrices.
El pajarero se inclina rosa viejo, infantil, adentro de la jaula, sólo vemos sus hombros de gigante y la raya al medio del pelo, las arrugas en las mangas, todo de un negro barrote intenso. Es dulce y salvaje al mismo tiempo… mete las manos en la jaula y alborota a los pájaros adentro. Manojitos de pinceladas que no se dejan tocar, azul y verde. El pajarero vive también en una jaula: sutil, como una vieja cicatriz, apenas puede verse sobre su codo izquierdo, una reja de ventana.
El dibujo repite en la intensidad de raya negra. Rayas negras que, lejos del pajarero, no serían barrotes necesariamente. Pero aquí la cercanía obliga. No hay alas-manojitos de pincel, pero hay pinceladas que giran en tirabuzón por afuera de las gruesas rayas. Son verdes y marrones, como un traje de combate. Están ahí, afuera. Misteriosa inscripción O Z nos devuelve al estado de violencia. ¿A quién pertenecen los barrotes?

Felipe Pino
Hipoglucemia (1975) – Óleo sobre tela Para la historia (2007) – Óleo y acrílico sobre tela
De la abstracción a la figuración, podría aquí decirse. Pero no, no. Seamos ocurrentes. Digamos otra cosa. Pensemos más bien en las formas posibles de darle un look a algo. Darle un look, o sea, hacerlo visible. Del interior al exterior del cuerpo, entre pintura y pintura. Por qué no, de hecho, imaginar que se trata de un mismo cuerpo que busca ser representado. Cuerpo oscuro que busca ser obvio en la fosforescencia. Que busca texturarse en entramados de óleo y se levanta del fondo plano y opaco de la superficie. Visibilidad interna y externa del cuerpo, en dos tiempos. Hipoglucemia: interior. El cuerpo visto por adentro. Colores posibles para un lugar sin luz. Rosa oscuro, azul y verde. Ribetes de tejido fosforescen. Tejido de carne. Órganos en pleno funcionamiento. Para la historia: exterior. La imagen visible de un cuerpo. Morocho con cara de amor en puerta. Ropa brillante: amarillo, rosa, verde flúo. Imposible no verlo. Imposible pasárselo por alto. Cinturón de óleo macramé que, reluciente, pide ser acariciado.


Enio Iommi
Construcción espacial (1968) – Aluminio Visión rota (2003) – Materiales varios

La imaginación de un futuro no puede sino plantearse desde la materialidad del presente. Pero cuando ese presente se vuelve pasado, el futuro imaginado avejenta irremediablemente. Por eso la ciencia ficción tiene siempre fecha de vencimiento: ya no podemos aceptar grandes naves espaciales con computadores que ocupan un cuarto entero… ni comandos analógicos con geométricos números de leds en color rojo. No aceptamos más palancas, ni trajes de lurex con hombreras triangulares. La imaginación del futuro presenta un perpetuo desafío: el de saber mantenerse siempre por delante de “hoy”, sin importar cuándo “hoy” sea. ¿Cómo sostenerse futurista evitando envejecer? Respuesta uno: no remitir a nada. Construcción espacial. Abstraerse por completo en la forma y construir un monolito. La liviandad del aluminio y la fantasía de ocupar todo el espacio… en el ’68, casi con Kubrick, haber alucinado incluso antes de haber alunizado. Respuesta dos: empezar de más atrás. Visión rota. No puede avejentar algo que ya es de entrada viejo. Meterse en el desván y rescatar todo un cúmulo de material en desuso para armar la propia fantasía vintage. Pero esa fantasía, aún empujada desde atrás en el pasado, debe proyectarse de algún modo hacia adelante. Así, se reconstruyen los viejos deseos futuristas, también sobre los restos de un imaginario: una niña antigua vuela en su monopatín y carga sobre el hombro un armatoste de regadera. Insólito implante alrededor del ojo, nos recuerda la visión mejorada de un ciborg que, evidentemente, terminó fallando.


Alejandro Puente
Pintura (1964) – Témpera sobre papel Interior 7 (2004) – Acrílico sobre tela

Sobre un fondo igualmente jaspeado, la intensidad arquitectónica del plano aborda la perspectiva. De una planicie-pintura, a un interior que se repliega por los ángulos. La planicie es el rectángulo del mismísimo papel: calca en su interior la forma externa del soporte, lo reduce a cuatro partes, vuelve a partirlo en rayas multicolores: vertical horizontal, vertical horizontal, alternativamente. Pero si Pintura calca en su interior la forma del soporte, Interior crea una forma que el soporte está obligado a seguir: es el pequeño bastidor el que se recorta aquí, según los ángulos de la perspectiva interna que configura el espacio de un salita de estar. Allí, en una de las paredes, cuelga dibujada otra pintura que, por su forma plana y su combinación de cuadros, nos reenvía sin pensar a la planicie de la Pintura primera. Un juego infinito de espejos.

Martín Blaszko
Ritmos centrípetos (1949) – Bronce Ímpetu (2001) – Bronce

Los come-palabras. Giré, giré y giré alrededor de estos raros artefactos sin saber qué decir. Porque yo quería decir… se me apelotonaban las ganas de decir en el estómago. Pero ellos me robaron las palabras. Me dejaron sin aire ¡Se las aspiraron todas por sus huecos! Me dejaron vacía, con la boca abierta y muda. ¡Ah! Pequeños equilibristas… humanoides de bronce congelado, ladronzuelos. Preciosísimas criaturas para las cuales no tengo una sola palabra que soltar de entre los labios. En fin, me entrego al robo.


Charlie Squirru
La sister sádica (1963) – Técnica mixta Cerebros clonados (2004) – Esmalte sobre tela
De una hermanita sádica a la clonación de cerebros, un camino corte/repetición/corte. De genética natural a artificial. Juego intenso de duplicaciones. Un reducido programa de experimentación. Laboratorio negro de múltiples pequeños bastidores que desarrollan un singular, para después unirse entre sí en un bloque mayor y generar el contraste. Podemos comparar las simetrías punto a punto y comprobar las sutiles diferencias (lado izquierdo/derecho del pájaro y perfil de publicitario asombro se enciende) o descubrir las multiplicadísimas diferencias de las vetas de esmalte sobre el dibujo de un contorno irremediablemente igual (cerebro clonado o quemado en diferentes gamas: matices a elección, un optativo). Podemos diseccionar, comparar, reunir, cortar y pegar: armar un mini genoma no-humano para después mirarlo de reojo, con una pizca de humor inteligente.

Dalila Puzzovio
Coronas para los habitantes no humanos (reconstrucción 1964-1998) – Yeso y vinilo El poder de los grandes (2006) – Scotch print intervenido
A las novias, las princesas y a los muertos pertenecen las coronas de flores. Al menos así es entre la especie humana. Pero uno puede preguntarse si alguien muerto es un humano todavía, e incluso, si habita realmente alguna parte. O puede también preguntarse si habrá cabezas no humanas de un tamaño semejante que el hueco de una corona de muertos pueda encajarle perfecto en la mollera … quién sabe. Lo cierto es que la corona de Dalila se presenta, intermitentemente, negro luto y blanco boda; y a pesar del brazo-hueco-de espanto de hospital, de ese yeso viejo que se incrusta en la mitad, las florcitas de tul nos hacen un eco de feminidad, que consuela en su espasmo de humor delicado y siniestro. Mucho más acá, lejos lejos de la muerte, se nos abre para espiar una persiana americana: da a un bello jardín de palacete y a una dama que, de espaldas, mira el sol por los arcos de la entrada. De este lado, se nos ofrece un brindis en altas copas de salón, como para ir aprendiendo a festejar el costado luminoso de las cosas.
* * *


La fuente de vida
¿Qué es lo que se expone en una exposición de arte? ¿La obra ante nosotros o, más bien, somos nosotros los que nos exponemos ante ella, ante su presencia milagrosa, su poder de revivir el cuerpo, desde todas las posibilidades, emocionales, sensoriales, intelectuales, motrices? En mundo un poco triste, en el que el tesoro de la juventud cotiza muy alto y la mentira de la vejez se oferta en cada esquina, hay una cálida galería en Avenida de Mayo, donde podemos aprender el secreto de vivir para siempre… Vayan, vayan, es imposible arrepentirse
La exposición está abierta hasta el 21 de agosto y puede visitarse de lunes a viernes de 11.30 a 20, en Avenida de Mayo 1130, 4 G, Buenos Aires.

miércoles, 1 de julio de 2009

Lista! La muñeca les da la bienvenida











martes, 30 de junio de 2009

Colgada

Las chicas, Maria Juana Heras Velasco, Dalila Puzzovio y Laura Casanovas muy entretenidas...














Muchos participantes, muchas opiniones! Maria Juana, Dalila, Clorindo, Enio y Charlie y Jacques que hacía lo que podía!

jueves, 18 de junio de 2009

Otra de Iommi

"Hay artistas jóvenes muy viejos y hay artistas viejos muy jóvenes y eso es lo que vale en el arte"
Enio Iommi